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ISSN 1989-4163

NUMERO 115 - SEPTIEMBRE 2020

 

Juan Carlos Moisés: “Soy de los que miran las cosas por el ojo de la cerradura”

Rolando Revagliatti

Juan Carlos Moisés nació el 4 de agosto de 1954 en la ciudad de Sarmiento, provincia de Chubut, la Argentina; desde 2015 reside momentáneamente en la ciudad de Buenos Aires. Entre 1978 y 1991 se desempeñó como Profesor de Educación Física en el Instituto Técnico Agropecuario “Juan XXIII” (actual Escuela 725). Fue Coordinador de la Semana de las Artes, en el Instituto Secundario Gobernador Fontana, desde 1998 hasta 2006. Durante 2004 ha ejercido como Profesor de Teatro en el Área Artística de la Escuela Superior Docente, y lo fue entre 1998 y 2006 en escuelas de Nivel Medio, en las que desde 1995 a enero de 2014 ha sido Profesor de Lengua y Literatura, y Culturas y Estéticas Contemporáneas. En 1984 y 1985 ocupó el cargo de Director de Cultura de la Provincia de Chubut. Sus dibujos han sido expuestos en muestras individuales y colectivas y se han difundido en libros, periódicos, revistas, programas de mano de espectáculos teatrales. Parte de su dramaturgia se socializó en volúmenes editados en los últimos años. Sus dos libros de cuentos se titulan “La velocidad de la infancia” (2010) y “Baile del artista rengo” (2012). Entre 1977 y 2015 publicó los poemarios “Poemas encontrados en un huevo”, “Ese otro buen poema”, “Querido mundo”, “Animal teórico”, “Museo de varias artes”, “Palabras en juego”, “Esta boca es nuestra” y “El jugador de fútbol” (además del cuadernillo —breve antología— “El ojo de mi caballo” en 2009). Entre otras, ha sido incluido en las antologías “Nacer en los 50” (selección de Hugo Fiorentino, España, 1985), “Poesía entre dos épocas” (selección de Fernando Kofman, 1985), “Abrazo austral (Poesía del Sur de Argentina y Chile)” (selección de María Eugenia Correas y Sergio Mansilla, 1999), “Signos vitales” (selección de Daniel Fara, 2001), “Una antología de poesía argentina” (selección de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile, 2008), “Antología federal de poetas de la región patagónica” (2015). Colaboró con poemas, cuentos y microrrelatos en numerosas publicaciones periódicas de su país y del extranjero. Ha sido jurado en diversos certámenes y presentó ponencias en encuentros de escritores en Argentina y Chile.

 

 

          1 — Has residido durante seis décadas en la ex Colonia Sarmiento. Te propongo que nos describas ahora, ya a 1941 kilómetros de aquella localidad de origen galés, paisajes, vida social y cultural, su evolución.

          JCM — La Colonia Sarmiento que me vio nacer era un pueblo pequeño, de 5.000 habitantessumados el centro urbano y la zona de chacras. Está ubicado en un valle amplio, en medio de mesetas y sierras de la Patagonia Central, al sur de la provincia del Chubut. El río Senguer, que nace en la cordillera, da un rodeo al pueblo, como si lo abrazara, y forma dos lagos, el Musters y el Colhue Huapi. Durante muchas décadas fue un valle agrícola y ganadero, que se autoabastecía de alimentos. Creado por decreto nacional en 1897, no fue una colonia estrictamente galesa. Además de algunos habitantes originarios que estaban asentados en el lugar, en esos primeros años tambiénllegaron polacos, italianos, lituanos, y otros. Las crónicas dicen que fue muy dura la vida del comienzo. Hoy, y desde hace ya algunos años, la actividad petrolera llegó para quedarse, transformó la economía, la conformación social y cultural,y se volvió directa e indirectamente en la principal fuente de ingresos de la población. Como dice un amigo,se parece a un barrio de Comodoro Rivadavia. El de hoy cuadruplicó sus habitantes, llegados de otras provincias y países vecinos. Como si fuera una nueva fundación, digamos. Lo que no está mal en sí mismo, salvo por el peligro de contaminación para el medio ambiente que significa la explotación petrolera, que es otra de las formas riesgosas, acaso criminales, de la minería. El suelo ya no es ni será el mismo. Las numerosas chacras, con animales y sembrados varios, que rodeaban al pueblo son barrios y loteos que cambiaron el paisaje urbano y rural. Ya no esel pueblo de mi infancia ni el de mi primera juventud, ni siquiera es el pueblo donde nacieron y se criaron mis hijos. Entonces había un cine yclubes sociales. Había un ferrocarril que unía la Colonia con Comodoro Rivadavia, cuando las rutas aún eran de pedregullo. Había chacras con vida a raudales porque vivían familias numerosas, había tambos, caballos para andar. Las calles eran de tierraque en invierno se congelaban durante tres meses, donde patinábamos como si fueran lagunas heladas,y los veranos duraban hasta marzo. Y, sobre todo, había muchas canchitas de fútbol. Ese pueblo y esos años me constituyeron como poeta, como artista. Hoy, alejado desde hace dos años, lo traje conmigo y lo llevo adonde voy.

 

          2 — De las ponencias que has presentado en foros y congresos me atrae por su título “Arte en las márgenes: centro y periferia” (el 8 de junio de 2007 en el II Encuentro Nacional de Escritores de La Plata).

          JCM — La ponencia fue propuesta por la organización del evento. Me interesó el tema. Siempre me consideré un artista periférico, sin connotaciones, sin renegar de la suerte, más bien todo lo contrario, aunque cualquier noción de periferia siempre supone un valor negativo. No fue así. A partir de los veinte años lo tomé como mi propio desafío, la vara alta, es decir la provocación que la realidad me puso en el camino. Digamos que esa periferia fue por partida doble: de la metrópolis que significaba Buenos Aires, por ejemplo, y de las ciudades de la Patagonia donde había una cierta actividad artística que no me incluía por motivos geográficos. De hecho, es la Patagonia, y la variedad de zonas y matices que hay en ella, el objeto de análisis. No me interesó particularmente el aspecto mítico ni los textos de viajeros, que ya los hay muchos y han sido y son difundidosen gran parte del mundo desde el siglo XIX, que es más o menos cuando se pone en marcha la acepción moderna de la voz “literatura” (según Terry Eagleton), sino el hacer artístico contemporáneo. Me explayé sobre el presente (esto es, las últimas décadas) y las posibles derivas que pudieran resultar o se pudieran intentar, con toda la libertad que supone el hecho creativo en particular y en general. La frase acuñada por el poeta y narrador Raúl Artola, “la periferia es nuestro centro”, creo que es un modo lúcido de acceder a esta problemática. Con todo, mi visión no contempla que me defina como “escritor patagónico”, aunque de hecho lo soy por haber nacido en un pueblo perdido del Chubut, pero sin ejercer ni proponer una “militancia” de carácter regional, y mucho menos una preceptiva. La Patagonia, una región amplísima y cambiante, pero una más del planeta, me constituyó para hacer lo que hago y como lo hago. Aun así, tiendo a ser de los que miran las cosas por el ojo de la cerradura. 

 

          3 — ¿De qué modo te fuiste desarrollando y afianzando como dibujante? ¿No has pensado en abrir un blog y allí instalar tus trabajos de artista plástico?

          JCM — A los 16/17 años empecé a dibujar y escribir al mismo tiempo. Rudimentariamente, por cierto. No sabía ni podía saber entonces cuál de las dos actividades iba a tener prioridad. La primera exposición de dibujos (con plumín y tinta china) la realicé a los diecinueve años a instancias del artista de mi pueblo Guillermo Caroli Williams, de familia galesa, que fue mi primer maestro en el arte y amigo de toda la vida. Era 1973. Ese mismo año publiqué mis primeros textos (poemas, un cuento, un par de notas) en una revista literaria que hicimos en el pueblo con amigos. En el 81 me quedé sin trabajó y me ilusioné con el dibujo de humor. Hasta pensé, por necesidad, que podía recibir algún dinero a cambio. No fue así. El dibujo y la poesía siguieron siendo el centro de mi actividad hasta comienzos de los 90, cuando el teatro pasa a ser la tercera actividad en discordia. Ya para esos años, además de dibujar surgió la posibilidad de escribir guiones de historieta para el joven y talentoso dibujante Alejandro Aguado, de Comodoro Rivadavia, que comenzó a sacar una revista del género, “Duendes del Sur”, que después de una interrupción sigue saliendo como “La Duendes” y tiene inserción nacional e internacional. Aguado también dirigía un suplemento en el diario “Crónica”, de Comodoro, “El espejo”, donde todos los dibujantes, ilustradores e historietistasde la Patagonia tuvimos oportunidad de publicar. Fue el teatro, la escritura de obras y la dirección de un grupo independiente, que me absorbieron casi por completo. Ya a mediados y hacia fines de los 90 el dibujo y los guiones, e incluso la poesía y la narrativa, quedaron relegados, aunque seguí escribiendo y dibujando sin publicar nada, esperando un momento más propicio para poder trabajar en fino lo que iba saliendo. Entre el tercer libro de poemas, “Querido mundo” (1978), y el cuarto, “Animal teórico” (2004), pasaron dieciséis años. Exageré un poco, es cierto, pero fue inevitable. Ni dramaticé ni desesperé. Desde entonces, la escritura de poesía volvió a ocupar un lugar central. Pero el teatro había dejado su marca. Los temas y el tratamiento del poema se diversificaron, me pusieron ante nuevas problemáticas formales. En algún momento pensé en subir los dibujos a internet, pero mucho del material que dibujé lo obsequié a los amigos y no tuve el cuidado de dejar copia. De modo que ese proyecto, como me gustaría, sería casi imposible de realizar. Además, para hacer todas estas cosas se necesita tiempo, y yo no lo tuve en los últimos años, apremiado por los trabajos para sobrevivir y otros inconvenientes que la vida se ocupa de ponernos en el camino.

 

          4 — Es al comenzar la atroz década de los noventa cuando comenzás a darte a conocer como dramaturgo y director teatral.

          JCM — Tal vez fue una coincidencia. Pero de ser un poeta inadvertido en mi pueblo pasé a escribir obras que hablaban de la realidad de aquellos días y a presentarlas, como dije antes, con el grupo que dirigía, “Los comedidosmediante”, creado con amigos del pueblo. La dramaturgia me dio la posibilidad de compartir con un público, en vivo, lo que no ocurría con la poesía. Todas las obras hablan de esos años. Los temas sociales, acuciantes y devastadores para el país, no faltaron. El proyecto de grupo fue simple pero muy trabajoso: escribir las obras, dirigirlas, hacer la puesta en escena, estrenarla en el pueblo y llevarla a donde fuera posible. Los actores fueron fundamentales para terminar de afinar los textos en los ensayos. Muchas veces necesitamos ayuda técnica sobre aspectos de actuación puntuales. Creo que con esa tarea difícil pero apasionante advertí el modo en que la plástica y la poesía se hacían presentes directa o indirectamente en el teatro. Tuvimos la posibilidad de ser reconocidos en la provincia y representarla en tres Fiestas Nacionales y en varios festivales. Viajamos a gran parte del país con nuestras obras. Luego de casi diez años, menos por deseo que por necesidad,dejé el grupo y comencé a dar clases a alumnos de nivel secundario, en cuyo colegio ya daba literatura. Pudimos hacer muchas obras creadas por los mismos alumnos, mostrarlas en el pueblo, dentro y fuera del colegio, y llevarlas a festivales juveniles de Comodoro Rivadavia. Hoy estoy jubilado de la docencia y todo eso es nostalgia y maravilla en mi memoria.

 

        5 — En tres tomos (“La historia de Asemal y sus lectores”, 2000; “De la misma llama. III De plomo y poesía (1972-1979)”, 2006; “De la misma llama. VII La yapa. Primera parte (1990-2006)”, 2014) de una propuesta del poeta y sociólogo Darío Canton (editados por el sello Mondadori), se reproducen dibujos tuyos y correspondencia que mantuviste con él. Y también has sido incluido en el volumen “Correspondencia” del poeta y “mítico imprentero” Francisco Gandolfo (con prólogo de Osvaldo Aguirre, Ediciones en Danza, 2011).

          JCM — En el sur las cartas fueron mi modo de sobrevivencia cultural y algo más. En enero de 1973 un hecho casual que me ocurrió en Buenos Aires al conocer a Jaime Poniachik en una librería (“Leo Libros”) de la calle Pueyrredón en la que trabajaba, fue muy importante porque me dio la posibilidad de relacionarme por correspondencia con la familia Gandolfo, de Rosario. Bellas personas: Francisco, Elvio y Sergio, con quienes mantuve una amistad ininterrumpida. En 1974, cuando estudiaba en La Plata, hice un viaje para verlos. También, a la par, tuve y tengo, también en Rosario, un contacto fluido con el poeta Jorge Isaías. Fue precisamente este escritor nacido en Los Quirquinchos quien editó mi primer libro en enero de 1977 con el sello de La Cachimba. Se imprimió en la imprenta La Familia, de los Gandolfo. El segundo y el tercero salieron con el sello de El Lagrimal Trifurca, en la colección El Búho Encantado. En la década del 80 la correspondencia con Francisco fue bastante regular y tan divertida como jugosa.
En 1975, en mi casa paterna del sur, a donde había vuelto a residir luego de pasar por La Plata, recibí el N° 1 de la plaqueta “Asemal”, de Darío Canton. Coincidió que el año anterior había comprado en una librería de Buenos Aires su libro “Poamorio”, lo que promovió que le escribiera con agradecimiento y entusiasmo. Fue una relación epistolar intensísima. Duró hasta 1979, cuando agotó su proyecto de sacar en “Asemal”toda su poesía inédita. Fueron mis años de formación y él tuvo mucho que ver. Ya hacía un año que venía limpiando mi poesía de follaje innecesario. Y Canton es lo más despojado que hubo y hay en la poesía argentina. A todos mis amigos les he enviado mis dibujos, o apenas viñetas, acompañando las cartas. Canton tuvo la amabilidad de incluir algunos en su obra completa, atípica y monumental, que va sacando por tomos. Cuando hacía “mis palotes con la poesía”, como dice Charles Simic, fueron varios los poetas con los que mantuve una asidua correspondencia y que considero fundamentales en mi formación y en el sostenimiento de mi vocación de escritor: Además de los nombrados, Raúl Gustavo Aguirre, Alfredo Veiravé, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Rodolfo Alonso; de mi generación, Paulina Vinderman, Liliana Lukin, Carlos Vitale, Pablo Ingberg, Carlos Barbarito, Carlos Piccioni, Fernando Kofman, Santiago Espel, Alejandro Schmidt, Raúl Artola. Pero son muchos más. También, y particularmente, los narradores Donald Borsella, de Chubut, Ivo Marrochi, de Tucumán, y Carlos Roberto Morán, de Santa Fe.

 

          6 — En 1988 entrevistaste a un director cinematográfico que yo admiro, Carlos Sorín, mientras filmaba en Chubut, y se reprodujo tu diálogo con él en el diario “El Patagónico” de Comodoro Rivadavia.

          JCM — Carlos Sorín filmó mucho en el sur y particularmente en mi pueblo. Había hecho el servicio militar en Comodoro Rivadavia y quedó impresionado para siempre con esa región de la Patagonia.Tanto es así que volvió a filmar comerciales, y luego “La película del Rey”, una joya de la época. En 1988 filmó parte de “Eterna sonrisa de Nueva Jersey”, que es una roadmovie a la vez que una especie de comedia disparatada y dramática.En el equipo de producción vino un amigo común de amigos del poeta Alfredo Veiravé, y también los actores Omar Tiberti, que conocía desde el 84, y Daniel Kargieman, hijo del poeta Simón Kargieman, con quien me escribía. De modo que tuve la posibilidad de compartir muchos días de filmación en las locaciones de los alrededores y también las horas de la cena y sobremesa, o los fines de semana que tenían libres. El protagónico lo hacía Daniel Day-Lewis, que venía de filmar “La insoportable levedad del ser”. Ya había hecho “Ropa limpia, negocios sucios” y “Un amor en Florencia”. Parece mentira que el tiempo haya pasado tan rápido y tan exitosamente para él, a quien describí, al mencionarlo, como “un joven actor británico”. Para no herir susceptibilidades que tenían que ver con la Guerra de las Malvinas, Sorín y su equipo decían que era un actor irlandés. Paradójicamente, en 1993 se nacionalizó irlandés. El reparto era increíble: Juan Manuel Tenuta, Miguel Dedovich (en “La películadel Rey” interpreta al aventurero Orélie Antoine de Tounens [1825-1878], quien se proclamó Rey de la Araucanía y la Patagonia), Julio De Grazia, Gabriela Acher, Ignacio Quirós, Rubén Patagonia (de quien era amigo porque había residido varios años de su juventud en Sarmiento), Ana María Giunta, etc. La entrevista fue muy extensa; tuvo la amabilidad y espontaneidad de explayarse en temas que me interesaban de su cine y del cine en general. El resultado del film no fue el que esperaba Sorín. Era una coproducción argentino-británica, con algunos inconvenientes en el corte final. Creo que hizo mella en su relación con la industria.Demoró en volver a filmar, y lo hizo de nuevo en la Patagonia. Fue en 2002,con “Historias mínimas”, otra roadmovie de bajo presupuesto que le permitió ser valorado como uno de los directores argentinos más interesantes.

 

          7 — Y ya que nos acercamos al cine: ¿qué filmes basados en novelas te han deslumbrado? ¿A qué actrices y actores “les creés todo”?

          JCM — Dejando de lado cualquier posibilidad de mirada profesional, que no tengo, puedo mencionar algunas que me agradaron/deslumbraron, tal vez por el momento en que tuve la oportunidad de verlas. “Al este del paraíso”, “Dr. Zhivago”, “El viejo y el mar” (con Spencer Tracy), “Por quién doblan las campanas”, “Rashomon”, “El gatopardo”, “2001: una odisea del espacio”, “El gran Gatsby”, “Los muertos” (de “Dublineses”), “La fiesta de Babette”, “Blade Runner”, la adaptación bastante libre que es “Apocalipsis Now” …
          Son muchos a los que “les creo todo”: Audrey y Catharine Hepburn, Jeanne Moreau, Dirk Bogarde,Laurence Olivier, Jean Gabin, Anthony Quinn, Bibi Anderson, Liv Ullman, Marcello Mastroianni, Francisco Rabal, Toshiro Mifune, Dustin Hoffman, Al Pacino, Meryl Streep, Lena Olin, Daniel Day-Lewis, Carlos Carella, Ulises Dumont, y tantos más.

 

          8 — Y vamos a personajes: ¿cuáles por su carisma, por su potencia, por su agudeza u otros atributos, te fascinan?

          JCM — Que ahora recuerde: Héctor, Edipo, El Quijote, Sancho, Cordelia, Hamlet, Ana Karenina, Leopold Bloom, Ahab, el hombre y la mujer de “El Ángelus” (de Jean F. Millet), Claus y Lucas (de la novela de Agota Kristof).

 

         9 — “Se llamará o no se llamará poema” es el título de un ensayo de tu autoría incluido en el volumen “El verso libre” (Ediciones del Dock, 2010). ¿Qué tipo de textos, cabalmente, merecen que se los califique de poemas? ¿A cuáles no se los debiera denominar así?

          JCM — Poema y poesía no siempre coinciden, o no siempre están destinados a coincidir. Uno pertenece al mundo de los objetos, la otra es una manifestación ontológica con un grado mayor de pureza que los mismos poemas. Pero la verdad, no lo sé. Me gustaría saberlo, pero no lo sé. Y es posible que en ese no saber consista la búsqueda de saber qué es un poema y qué es poesía. Ya la variedad es inmensamente grande en estos primeros años del siglo XXI y lo será cada vez más. Las épocas van definiendo esa calificación, pero creo que se toman sus necesarias libertades. Por ejemplo, de Héctor Viel Temperley a Darío Canton hay un abismo, y sin embargo nada nos hace pensar que uno escribe poemas y el otro no. Las artes, en general, van mutando hacia formas nuevas e impredecibles. En algunos decenios lo que hoy se puede definir como poema va a sentir el paso del tiempo. Por el momento sabemos que sigue vigente el verso o la prosa, con imagen, sonido, ritmo, como en pintura la pincelada. No hay más. Cada uno toca su propia música, con menor o mayor influencia del contexto.

 

          10 — En 1993 y 1994, firmando con el seudónimo Indiana Proust, fueron publicándose tus columnas “Aventuras Estelares” en “Nuestro Sur”, periódico de tu provincia.

          JCM — Eran seudo crónicas sociales y culturales sobre la realidad de mi pueblo de esos días, con una pizca de poesía y mucho de ironía. No seguían un modelo. Creo que eran bastante personales.

 

          11 — Regresando a los personajes: sos el creador de uno de historieta unitaria, “Morocho Dargüin”, el que con dibujos de Aguado se divulgó en el suplemento “El Espejo”. Contanos sobre él, y sobre otros, también de historieta, que hayas inventado.

          JCM — Mi amigo Alejandro Aguado llegó un día a mi casa de Sarmiento, me mostró el dibujo de un personaje estrafalario que acababa de terminar y me dijo que le gustaría hacer una historieta con él ambientada en la Patagonia. Me entusiasmó la idea, primero porque Alejandro es un muy buen dibujante, y luego porque era un desafío más para mi escritura. El nombre de ese personaje, Morocho Dargüin, me surgió, como se advierte, de dos conceptos opuestos. Charles Darwin era inglés y recorrió la Patagonia. Además de fonetizar ligeramente el apellido, el nombre, Morocho, me pareció que provocaba la tensión. Del mismo modo había surgido el seudónimo con que firmaba las “Aventuras Estelares” que mencionaste. El tema de la historieta era la Patagonia misma, vista a través de las experiencias de este antihéroe simpático, que tenía tanto de viajero como de poeta soñador. Después de salir semanalmente en “El Espejo”, se publicó, ya como tira, en un periódico de la región. Ahí tocaba temas relacionados con lo periodístico.
            En 1992, año del quinto centenario, en el periódico “Nuestro Sur”, que se editaba en el pueblo, publiqué una tira de humor que se llamó “El huevo de Colón”. El personaje era un huevo. Refería desde aspectos locales hasta tópicos del quinto centenario. Fue divertido hacerlo.
            En “El Espejo” salieron muchos dibujos de humor que había hecho en años previos. El humor, la ironía, siempre estuvieron ahí para colorear lo que hacía, dibujo o escritura, y también, por qué no, para provocarme. De hecho, mis gustos poéticos por el desparpajo de Nicanor Parra y de algunos de los nombrados fueron inevitables, aunque debí tomar recaudos porque el humor en poesía puede ser letal si no se lo puede mantener a raya. A veces se puede, a veces no. Según el pulso y la vena del momento. Como variante del humor, la ironía, según Octavio Paz, siempre es crítica.

 

          12 — Además de primeros premios y otras distinciones por algunas de tus obras, lo has sido también por tu trayectoria y en más de una ocasión. ¿Podrías discernir para nosotros, más allá de la imaginable satisfacción, algo de un orden recóndito, sutil?

          JCM — De lo primero no hay mucho para decir; a veces se tiene suerte y un jurado nos premia una obra. Literaria o teatral. No deberíamos tomarnos muy en serio un premio como no ser premiados, cosa que ocurre, esta última, las más de las veces, y uno igualmente sigue. Porque el mejor premio es poder seguir trabajando, produciendo, con o sin ese tipo de satisfacción. Nunca está de más recordar la famosa cita de Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.” Lo segundo: esos reconocimientos fueron mimos locales de parte de intendencias y del legislativo, entre otros. La sensación fue, en alguna medida, que siempre es bueno sentirse profeta en la tierra de uno, a pesar del dicho en contrario. Mi pueblo me dio demasiadas cosas buenas, dentro y fuera de la tarea artística.

 

          13 — “Una lucha desigual con las palabras” es el título de tu primer libro en el género ensayo y se publicará este año. ¿Qué otros libros —¿intentaste la concepción de alguna novela?— estarían listos para ser editados?

          JCM — Una lucha desigual con las palabras” es un libro de notas sobre poesía antes que, de ensayos propiamente dichos, aunque el tono y la intención rozan lo ensayístico y también lo poético. Un libro inédito que sí es de ensayos, cuyo título es “En/sayos de literatura patagónica”, no tiene editor por el momento.
          En 1992/93 escribí una novela, pero fue un fracaso. De hecho, trataba sobre un personaje, tomado en parte de la vida real, que fracasa en la vida y en sus deseos de ser un artista en la Patagonia. La novela no podía tener otro fin que el de su personaje, lo que ya sería en sí misma una idea de arte conceptual. Para escribir novela se requiere una técnica y tiempo y no tuve ni una cosa ni la otra.

 

         14 — En tu pieza “Desesperando” (Inteatro, Editorial del Instituto Nacional del Teatro, 2008), en “espera desesperada” los personajes mentan al “tío Samuel”, ése que “ha estudiado muy bien las consecuencias del movimiento inútil”. Y en tu pieza teatral “El tragaluz”(integrando un volumen con otras dos también de tu autoría, “Pintura viva” y “La oscuridad”, Ediciones La Carta de Oliver, 2013), uno de los dos únicos personajes se llama Samuel.

          JCM — Soy deudor del teatro y asimismo de la narrativa de Samuel Beckett. Lo leí, incluso su poesía, a partir de los años 80. Es el autor que tuvo mayor impacto en mi concepción teatral y algo más. Incluso, a su pesar, en relación con mi visión de la Patagonia. Mi último libro de poesía, “El jugador de fútbol”, se inicia con un epígrafe que pertenece a la obra “Catastrophe”, de Beckett, donde capciosamente, en relación a la forma y a la posibilidad de mirar, hace referencia a la Patagonia. Creí necesario incorporarlo como personaje en esas obras, en una de ellas en presencia, en la otra en ausencia, pero que tuviera su peso, como contrapunto primero y como una vara con la que se pudieran medir las acciones después. También es una especie de diálogo imposible con él. Me hubiera gustado conocerlo, oírlo hablar, oír su silencio, percibir su mirada, en cualquier caso.

 

 


 

 

Moises

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